PSICOGRAFOLOGÍA ESPIRITUAL
El examen diario de conciencia es un repaso a fondo de lo
que hemos escrito en la página de cada día irrepetible. Muchas palabras torcidas se pueden enderezar mediante la contrición. Una página de horror puede convertirse en algo bueno, incluso muy bueno,
mediante el arrepentimiento y el propósito para comenzar la nueva página en blanco que nos presentará nuestro Angel Custodio de parte de
Dios; página
única e irrepetible, como cada
día de nuestra vida. «Y estas páginas blancas que empezamos a garabatear cada día -escribe un
autor de nuestros tiempos- a mí me gusta encabezarlas con una sola
palabra: ¡Serviam!, ¡serviré!, que es un deseo y una esperanza (...).
»Después de este comienzo -deseo y esperanza-, quiero trazar palabras y frases,
componer párrafos y llenar la
hoja con una escritura
clara y nítida. Lo cual
no es más que el trabajo, la oración, el apostolado; es decir, toda la
actividad de mi jornada.
»Procuro atender mucho a la puntuación, que es el ejercicio de la presencia de Dios. Esas pausas, que son como comas, o como puntos y comas, o
como dos puntos, cuando son más largas, representan el silencio del
alma y las jaculatorias con las cuales me esfuerzo en dar significado y sentido sobrenatural a todo lo que escribo.
»Me agradan mucho los puntos, y más todavía los puntos y aparte, con los cuales me parece que cada vez vuelvo a empezar a
escribir: son como esbozos de
gestos mediante
los cuales rectifico mi intención y digo al Señor que vuelvo a empezar
-nunc coepi!-, que vuelvo a empezar con la voluntad recta de servicio y de
dedicarle mi vida, momento por momento, minuto por minuto.
»Pongo también mucha atención
en los acentos, que son las pequeñas mortificaciones por medio de las
cuales mi vida y mi trabajo adquieren un significado verdaderamente cristiano.
»Una palabra no
acentuada es una ocasión en la
que no supe vivir cristianamente la
mortificación que el Señor me
enviaba, la que Él me había preparado con amor, la que Él deseaba que yo
encontrara y que abrazase a gusto.
»Me esfuerzo porque no haya tachaduras, equivocaciones, o manchas de tinta, ni espacios en blanco,
pero...¡cuántos hay! Son las infidelidades, las imperfecciones, los pecados...y las omisiones.
»Me duele mucho ver que no hay casi ninguna página en
donde no haya dejado huella mi torpeza y
mi falta de habilidad.
»Pero me consuelo y me tranquilizo pronto, pensando que
soy un niño pequeño que todavía no sabe escribir y que tiene necesidad de una falsilla para no
torcerse y de un maestro que le lleve la mano para que no escriba
tonterías -¡qué buen Maestro es Dios nuestro Señor!-, ¡qué inmensa paciencia
tiene conmigo!» (5).
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